Paridas felaryanas, página 4

Al fin habían llegado a un lugar donde poder estar tranquilos. Ya ni tan siquiera escuchaban los susurros que desde que dejaron el lugar donde se enfrentaron a las bestias kensha les habían acompañado. No sabía muy bien qué podía ser la fuente de dichos murmullos que daban nombre al bosque, pero estaba claro que, en todo momento, el grupo estaba siendo observado, mientras voces burlonas hablaban en lenguas que no podían comprender.
Pero eso no era lo único. Lo que también les extraba era que hubiesen necesitado casi dos horas para encontrar un sitio seguro. Eso hizo que Fëadraug, Clara y Yaiba desconfiaran aún más de Kyria. Y el hada lo sabía, así que trataba de poner su mejor cara de niña inocente. Con ellos no funcionaba… pero con Lucas tenía un éxito sin precedentes.
Para Kyria era una de dos: o Lucas era fácil de engañar o era, simple y llanamente, idiota.

Eso no importaba ahora. El hada los había llevado al lugar correcto. Miró hacia arriba. Sólo ella podía ver lo que había en lo alto del árbol bajo el cual se encontraban Draug, Yaiba y Clara. Sonrió confiada y se acercó a donde estaba Lucas, más apartado del grupo. Todavía se le notaba decepcionado al ver que Kyria era incluso más baja que él.
De alguna manera, Kyria quería saber cómo era eso de juguetear con un humano de tamaño natural y no con un humano reducido, como solía hacer. Y éste parecía ser el sujeto perfecto.
– Esto… ¿necesitas algo? – preguntó Lucas, sin saber lo que iba a pasar…

– Ya está – dijo Fëadraug mientras alejaba su mano de Yaiba.
La magia curativa había hecho su mejor trabajo en la herida de Yaiba. La magia había protegido a Draug de la corrupción inherente en la sangre del samurai mientras la herida se sanaba. Lo que había extrañado a Draug era el hecho de que, cuando iba a curar a Yaiba, la herida no parecía tan desagradable a la vista. Como si ella sola se hubiera empezado a sanar.
Fëadraug no recordaba que el factor curativo de Lobo o el de Wade fuese, por así decirlo, contagioso. ¿Algún efecto de las Tierras Sombrías tal vez? Aunque podría preguntarlo, el samurai corrupto no estaba nunca de buen humor para que le preguntaran. El mal humor era su estado natural.

Yaiba movió su brazo, notando que sus músculos recuperaban fuerzas tras haberse disipado el efecto del veneno hacía un rato. Tampoco sentía el dolor ni el escozor de la herida, que ahora era una cicatriz más entre las que había ya en su cuerpo.
– Al menos sirves para levantar muros y curar – le dijo el samurai.
– Y no olvides la bola de fuego – le recordó Clara.
– Hasta el Isawa más novato sabe hacer eso – contestó Yaiba. Y otra vez Draug se preguntó qué era un Isawa y por qué Yaiba tenía tan mala opinión de aquello -. Y ahora ¿qué?
– Sencillo – Fëadraug miró a Yaiba y luego a Clara -. Seguiremos nuestro camino. Y Kyria nos llevará hasta…
Cuando Draug se giró para mirar al hada, descubrió algo que hizo que tanto a él como a Clara se le pusieran los pelos como escarpias. Lucas tenía metido el dedo índice de su mano derecha en la boca de Kyria. El muchacho parecía sorprendido y Kyria, obviamente, feliz.
– ¡Pero pedazo de animal, ¿a ti qué puñetas te pasa?! – gritó Clara.
Obviamente, Lucas se sobresaltó y sacó el dedo de la boca del hada.
– ¡Ha sido ella! ¡Me agarró la mano y…!
– Lucas, ¿es que no lo entiendes? – Draug se acercó a los dos, mientras Kyria se hacía la inocente -. Aquí las hadas son antropófagas. ¿Sabes lo que significa?
– ¡De verdad, que yo no he metido mi dedo en su boca! ¡Me pilló desprevenido!
Ninguno se había parado a vigilar a Yaiba en ese momento, quien, con la naginata en ambas manos, se acercaba a Kyria con evidentes intenciones hostiles. Sólo la reacción del hada, corriendo a refugiarse tras un tronco, hizo que Fëadraug se diera cuenta.
– ¡Quédate donde estás! – le advirtió el elfo -. Es nuestra guía, lo quiera ella o no.
– Ha probado carne humana, aunque sólo la haya lamido – le respondió Yaiba -, ¿crees que mantendrá su palabra? Esta criatura nos traicionará en cuanto se curen sus alas.
– Encontraremos el libro y saldremos aquí antes de que eso pase – dijo Fëadraug, aunque se notaba cierta duda en su voz. Todavía pensaba en lo rápido que se había curado la herida de Yaiba. ¿Pasaría lo mismo con Kyria?

Los dos ojos azules observaban al grupo, cómo se movían y discutían. Ella sonrió debajo de su camuflaje ilusorio al ver que había aún alguien cerca de las raíces. Se relamió pensando en el festín y comenzó a bajar su mano…

– ¡Eh, suéltame!
Todos se giraron al oír a Clara gritar. Lo que no se esperaban era la enorme mano que parecía hecha de madera alzando a Clara.
– ¡Eh, cógeme a mí, cógeme a mí! – gritaba Lucas, siendo detenido justo a tiempo por Draug cuando una segunda mano bajaba para alcanzarlo.
Fëadraug y Yaiba miraron hacia arriba, mientras la mano alzaba a Clara más alto, mientras la pelirroja luchaba por zafarse. Ambos descubrieron que lo que parecía un árbol sólo era cierto de mitad para abajo. La mitad superior era el torso desnudo de una mujer de gran belleza (y tamaño), con piel parecida a la madera, largos cabellos verde oscuro con hojas del mismo color y ojos azulados que miraban a Clara con bastante diversión.
Yaiba se giró a Fëadraug, extrañamente inquieto.
– ¿Qué hace nuestra monstruita que no crece? – preguntó el samurai.
Pero ni Draug ni Lucas tenían respuesta para ello. Fëadraug parecía especialmente impresionado y aterrado ante lo que veía.
– ¿Eso… es una… una dríada? – fue lo único que pudo decir el elfo en ese momento.
– ¡Y una enorme! – decía Lucas -. Treinta metros mínimo… ¡Venga, Draug, déjame, que no me pasará nada, sólo dejar que me coja un ratito y…!
– ¡No! – le gritó el druida elfo, tratando de reunir el poco valor que le quedaba -. ¡Las dríadas de este mundo también se zampan a la gente!
– Y a pesar de ello, habéis venido a este bosque – dijo la voz de la dríada, femenina y dulce aunque bastante potente -. Sabía que los humanos eran idiotas, ¿pero que un elfo también sea tan estúpido?
Fëadraug no se dejó intimidar esta vez. Observó a la dríada, que estaba ahora centrada en el elfo, dejando que Clara siguiera tratando de liberarse.
– ¡Suéltala! – gritó el elfo.
– ¿Y quedarme sin almuerzo? – bromeó la dríada -. Y no me vengas con el cuento de que es un ser inteligente…
– ¡Más inteligente que tú, seguro! – dijo Clara.
La dríada acercó su mano a su cara, asegurándose de que Clara la viera en todo su esplendor.
– Eres muy valiente, muchacha… Aunque no eres la única que me planta cara. A mí, a Seelvee la dríada. Pero ninguno que me haya desafiado ha acabado bien.
– Genial, ¡ahora suéltame!
Pero estaba claro que Seelvee no iba a acceder a semejante petición. La dríada miró otra vez al suelo, observando que ninguno de los tres se movía de su posición. Podía sentir miedo, rabia, ansias de lucha, decepción… ¿decepción? Venía del muchacho enclenque, el que decía que quería que Seelvee lo cogiera. Esto ya era raro para ella… ¿por qué iba a estar decepcionado?¿Porque no lo había cogido? Ciertamente era raro que un humano se ofreciera como sacrificio…

Yaiba podría haberse lanzado a luchar contra aquella enorme criatura, mitad mujer y mitad árbol. Pero nunca había luchado contra algo de semejante tamaño. Además, ¿cómo había podido alcanzar a Clara? Incluso donde estaba, viendo el tamaño de los brazos de la dríada y la poca movilidad de su cintura, habría tenido serias dificultades incluso para rozarla. Entonces, ¿cómo lo había hecho para cazar a Clara?
No había que subestimar a este rival, se decía. Incluso en su aparente inmovilidad, había que tener cuidado con ella…

Fëadraug sabía muy bien lo que habría pasado con Clara, observando cómo antes Seelvee había tratado de coger a Lucas. El brazo de la dríada, por un momento, había sido más largo de lo que ahora aparentaba. ¿Una ilusión óptica? ¿Una habilidad para estirar sus miembros? No lo sabía, pero, al igual que Yaiba, sabía que no debía subestimarla.
Pero a Draug le extrañaba que Clara no hiciera aún uso de su habilidad especial… ¿por qué?

Lucas, por su parte, estaba muy decepcionado por no poder acercarse a la dríada. Aunque después de escuchar a Seelvee mencionar a Clara como “su almuerzo”, empezó a pensar que tal vez no debería lanzarse a por la dríada para cumplir con sus ansias macrofílicas.

A todo esto que los tres habían dejado a Kyria sin vigilancia. El hada había aprovechado la ocasión para caminar por detrás del grupo sigilosamente… aunque la verdad sea dicha, las ramas secas que pisó habían chafado su plan de escaquearse sin ser detectada.
Fëadraug lanzó a Lucas contra Yaiba, el cual agarró al enclenque muchacho con una mano, mientras el elfo se acercó al hada.
– ¡Tú lo sabías! – le recriminó -. Kyria, sabías que nos estabas llevando a este sitio. ¿Por qué?
Kyria intentó, una vez más y sin éxito, hacer su papel de niña buena. Fëadraug la asió fuertemente del brazo izquierdo y la acercó más a su cuerpo. Esto lo vio Seelvee y no le gustó nada.
– ¡Eh, deja a Kyria en paz! – Seelvee se inclinó un poco, aún con Clara en su mano, mientras con la otra trataba de alcanzar a Draug.
El elfo vio el engaño en la ilusión de Seelvee rápidamente. La mano parecía que estuviera a punto de cogerlo, pero el druida había conocido bastantes trucos ilusorios de gnomos expertos en su mundo como para dejar que la dríada le engañara.
Pero él no sabía que la ilusión era un señuelo que daría tiempo a la verdadera mano a acercarse lo suficiente. Esto fue lo que Yaiba detectó y apartó tanto a Fëadraug como a Kyria con la mayor rapidez posible. La yema de los dedos de Seelvee apenas sí rozó los cabellos del elfo.
A Draug le resultó extraño que Yaiba lo salvara, pero recordó que en la taberna comentó que sólo el elfo podría sacarlos de este mundo.
– Err… ¿Gracias? – dijo.
– No te acostumbres, elfo – Yaiba miró a Seelvee y frunció el ceño -. Esa criatura nos está poniendo las cosas complicadas…

Seelvee se sentía furiosa al ver cómo habían escapado por poco de su alcance. Además, en cierta forma mantenían a su mejor amiga como rehén. Entonces volvió a fijarse en Clara, que seguía forcejeando. La acercó de nuevo a su cara y sonrió.
– Es una lástima que tus amiguitos no puedan ayudarte – Seelvee miró con detenimiento a Clara -. Por cierto, chica… tú en realidad eres más de lo que aparentas. ¿Qué es lo que te hace… especial?
Clara arqueó una ceja y dejó de forcejear. Así que la dríada quería conversación… Esto podría servirle para ganar algo más de tiempo.
– En primer lugar, tengo un nombre y es Clara – dijo -. Así que te llamas Seelvee, ¿no?
– Como he dicho antes, así es. Y bueno… Clara, ¿qué te hace especial?
– Te puedo hacer una demostración aquí y ahora, si te parece… ¡y gratis!
La dríada no entendió lo que quería decir Clara. Entonces empezó a notar que los dedos de su mano se iban abriendo. Pero ¿cómo era posible si Clara no forcejeaba ni parecía tener fuerza para ello? Así fue cómo se dio cuenta al instante de lo que ocurría.
– Estás… ¡creciendo! – gritó Seelvee, sorprendida.
– ¡Premio para la señorita árbol!
Seelvee no podía contener a la creciente semigiganta con una mano, así que acercó la otra y consiguió retenerla. Aún tenía el tamaño suficiente y, una vez dentro, no podría hacer nada contra las resistentes entrañas de la dríada.
Seelvee abrió la boca, lista para engullir a su presa, pero sus manos empezaban a sentir más presión, obligándolas a separarse cada vez más. Cuando se acercó a Clara más a su boca, ya vio que su tamaño era demasiado grande.
No había más remedio: Seelvee debía soltarla. Y lo hizo de forma bastante violenta. Clara giró en el aire y consiguió apoyarse en un árbol cercano. Era una suerte que de los árboles que había a su alrededor, Seelvee fuese la única dríada.
Aprovechando este punto de apoyo, Clara tomó impulso, el suficiente para lanzarse hacia otro árbol, éste aún más cercano a Seelvee, volver a saltar y lanzar un directo a Seelvee. La dríada no se esperó el puñetazo para nada. Y le había dolido bastante, a pesar de que Clara en su tamaño real no era más que la mitad de alta que la dríada.
Clara aterrizó con un ruido sordo y se giró para observar a Seelvee. La dríada trataba de mantener la calma, a pesar del golpe. Aunque, ciertamente, esto era complicado.
– ¿Por qué… por qué no lo has hecho antes? – preguntó Seelvee, con una mezcla de curiosidad y rabia contenida.
La semigiganta guiñó un ojo a la dríada.
– Soy actriz – respondió Clara -. A veces me gusta actuar delante del enemigo y que haya un poco de emoción.
Esto hizo que Draug y Yaiba se llevaran una mano a la cara, avergonzados. ¿Todo este tiempo había estado actuando como la dama indefensa cuando en cualquier momento podía haber hecho lo que suele hacer?
– Actriz, ¿eh? Interesante profesión para una giganta de incógnito.
– Semigiganta, hay una diferencia, plantita – le corrigió Clara.
Seelvee sonrió, juntó sus manos y comenzó a murmurar unas palabras. Un suave viento comenzó a levantarse, ululando alrededor del grupo. Lo que parecía una simple brisa pronto cambió a un viento mucho más fuerte, lo suficiente incluso para que Clara tuviera dificultades para mantenerse en pie. Seelvee miró a la semigiganta. Seguía sonriendo.
– ¡Esto no es un juego! – gritó Clara.
– ¿Tú crees? – respondió la dríada, lanzando a Clara con una fuerte ráfaga de viento -. ¿No puedo divertirme contigo al igual que tú has jugado conmigo antes?
Clara murmuró algo entre dientes y se incorporó, tratando de luchar contra los vientos que Seelvee, de alguna forma, había invocado.

Fëadraug podía sentir el poder de la dríada. Su magia era bastante poderosa, pero muy básica a la vez. Una mezcla muy contradictoria, admitió, pero que no había que subestimar.
Notó que algo tiraba de él. Se volvió al ver a Kyria tratar de librarse, pero el elfo se aseguro de que el hada no se moviera. Se sentía mal haciendo esto, no quería que Kyria estuviese en esta situación, aun a pesar de que ella les había llevado hasta esta… trampa. De alguna forma, Fëadraug sentía lástima por el hada.
Seelvee, todavía controlando los vientos que evitaban que Clara se volviera a acercar a ella, también vio esto.
– Será mejor que la dejes marchar, elfo – Seelvee, desde luego, ya no trataba de calmarse -. Eso si no quieres que tu amiga la… semigiganta, pague por lo que estáis haciendo.
No era su estilo, pero algo debía hacer Seelvee para que dejaran libre a Kyria. Sin embargo, debía asegurarse de que cumplirían su palabra…
– Como soy una persona razonable, haremos un trato – dijo la dríada -. Si la liberáis, yo dejaré a vuestra amiga en paz…
– Y además no entraremos en vuestra dieta – añadió Draug.
La dríada no se esperaba que el elfo fuese lo suficientemente espabilado como para intentar ese trato.
Seelvee estaba en una encrucijada: ¿cumplir su palabra de que ni ella ni Kyria los devoraran y asegurar así la integridad del hada… o faltar al juramento y arriesgar la vida de su mejor amiga? Sabía que el hombre de aura maligna (Yaiba) podría cometer la mayor de las atrocidades con Kyria… y ella nunca había roto una promesa…
Seelvee bajó la cabeza y no tuvo más remedio que aceptar.
– De acuerdo…
A Fëadraug le resultó muy extraño que hubiera aceptado tan fácilmente. ¿Había truco? Sería demasiado traicionero, pero había notado sinceridad en la voz de la dríada. ¿Tal vez se había imaginado lo que podría pasarle a Kyria? Draug miró de reojo a Yaiba, el cual seguía con su naginata lista para cualquier eventualidad relacionada con el hada.
Tal vez esta hada fuese algo más que otra habitante más del bosque. Y más si Seelvee se preocupaba tanto por ella. Debían ser muy buenas amigas…

Kyria sintió que ya podía moverse libremente. Fëadraug, antes de que se empezara a alejar, hizo un ademán al hada.
– No quiero que tengas una mala imagen de nosotros, Kyria – le dijo el elfo -. Entiende nuestra situación… éste es un mundo extraño en el que tenemos que sobrevivir para salir de aquí… No queremos… no quiero hacerte daño.
Ella bajó la cabeza un poco, sin saber cómo reaccionar. Sus palabras eran sinceras, pero después de haberla retenido no sabía que pensar. Volvió a mirar a Draug y asintió. El elfo, entonces, observó cómo nada retenía a Clara y la semigiganta había vuelto a su tamaño humano, acercándose al grupo.
Fëadraug alzó su vista hacia la dríada.
– Gracias – dijo Fëadraug.
Mientras Kyria comenzó a marchar hacia donde estaba Seelvee, Yaiba hizo un movimiento brusco con su naginata y caminó en sentido opuesto al del hada, pensando en marcharse cuanto antes mejor. Lucas no sabía si seguirle, pero al ver que Fëadraug y Clara comenzaban a seguirle, fue con ellos.
Seelvee los observó, alejándose de donde estaban el hada y la dríada. Kyria se volvió para verlos marchar.
– ¡Esperad!
La voz femenina y estruendosa hizo que los cuatro se detuvieran en seco y volvieran su vista a la dríada.
– He de admitir que sois un grupo curioso – comenzó a decir Seelvee -, y, en cierta manera, no me siento mal por dejaros marchar… Tal vez el destino os tenga algo preparado… Pero decidme, ¿a dónde vais?
– El Templo de Lataran – respondió Clara, justo antes de que Fëadraug articulara palabra alguna -. Un tipo nos robó un libro y nos enteramos de que iba a ese lugar. Ese libro nos permitirá volver al lugar del cual hemos venido.
A Seelvee no le gustó la idea. Ella había pasado toda su vida enraizada en esta zona, pero gracias a su conexión con el resto del bosque, había recopilado información sobre el templo. Y, aunque este grupo se veía capaz de cualquier cosa, el Templo de Lataran podía ser demasiado para un no felaryano.
Antes había oído algo acerca de un libro, aunque era simplemente un murmullo desde donde estaba. Ahora estaba claro de qué hablaban antes de que toda la escena anterior ocurriera. No sabía cómo de importante era el libro, pero si se atrevían a dirigirse al templo para recuperarlo, para ellos debía ser vital.
Entonces, la dríada miró a su amiga. Había un vínculo entre ambas que hacía que no necesitasen palabras para según qué cosas. Kyria entendía bien la postura y la mirada de Seelvee. Las dos asintieron y Kyria, sorprendentemente, corrió hacia el grupo.
– Kyria os llevará hasta allí – les dijo Seelvee -. Conoce el camino, pero os advierto: ese lugar puede ser vuestra perdición…
– ¿Por qué ahora nos ayudas? – preguntó Fëadraug esta vez -. Después de lo que ha pasado, no me esperaba esta reacción.
Seelvee suspiró.
– Digamos que, a pesar de que esté por encima de vosotros en la cadena alimenticia, admiro que tengáis tanto valor como para enfrentaros a este bosque y sus peligros. No sé cuán lejos podréis llegar, pero sería una lástima perder gente tan… única. Además, ya que he prometido no devoraros, ¿qué voy a hacer si no?
Aunque seguía sin entender muy bien lo que había dicho la dríada, al menos servía como explicación.
– Gracias… de nuevo – el elfo se volvió entonces a Kyria -. No te preocupes, volverás a ver a tu amiga. Tú nos guiarás… pero nosotros nos encargaremos de que no te pase nada – miró al grupo -. ¿Verdad, chicos?
Aunque en un principio podrían surgir dudas, la verdad es que Clara tenía decidido ayudar, aun después de lo que había pasado; además, en cierta manera, le caía bien Kyria, se veía una chiquilla adorable a pesar de su dieta. Lucas no podía hacer nada, pero él también se ofreció. El problema estaba en Yaiba.
– ¿Hacer de yojimbo de esta enana? – Yaiba miró con desprecio a Kyria, quien mostró una cara de enfado bastante infantil, con los mofletes hinchados. Él suspiró -. Supongo que es la única forma de salir vivos de este lugar…
Con todo decidido ya, los cuatro empezaron a seguir al hada, quien se puso al frente. Kyria miró hacia atrás y agitó su mano en el aire, despidiéndose de Seelvee. La dríada respondió moviendo ligeramente su mano derecha de un lado a otro.
– Suerte…

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