Paridas felaryanas, página 5

¿Cuánto había pasado? ¿Días? ¿Semanas? ¿Meses? ¿Años? ¿Cualquier otra sucesión de tiempo? No lo tenía claro, pero ahí estaba, vivo. Con sus poderes totalmente sellados, pero vivo a fin de cuentas.

Él había sido un ser primigenio, en cientos de mundos había sido venerado por temor como una especie de divinidad. Su prole había creado caos y destrucción en muchos mundos. Y es que cuando eres un ser tentacular capaz de llenar los retretes con tu descendencia, de ahí a convertirte en el Dios de los Inodoros no hay muchos pasos.

Pero ahora, T’einet’Akoou’Lyeen no era más que una masa azulada, con un gran ojo de iris dorado, gran boca llena de colmillos y sus cuatro tentáculos cortados, que se arrastraba sin destino alguno. Y sin su poder, no podía regenerar los tentáculos. El ser primigenio y anteriormente tentacular maldijo a la sacerdotisa que practicó aquel exorcismo que lo había desprendido de sus poderes y mandado a este lugar y al monstruo de cabeza piramidal que sesgó sus extremidades.

Y en todo este tiempo, fuera cuanto fuese, había estado vagando por este extraño bosque, oyendo voces ininteligibles, observando la actividad de los diversos depredadores de la zona. Su asqueroso aspecto había hecho que ni una bestia kensha muerta de hambre se planteara devorar a aquel monstruoso ser. Ésta era una extraña forma de sobrevivir al mundo de Felarya, admitió.

Felarya… había oído ese nombre anteriormente, tal vez en muchos de sus garbeos entre mundos yendo de taza del váter en taza del váter se enteró de este lugar. Pero, ¿pertenecía este bosque realmente a Felarya? No lo sabía, ni le importaba. Sólo quería saber cómo recuperar sus poderes y volver a recuperar su dignidad. Y un billete lejos de este lugar.

Entonces escuchó pasos. La masa azulada se arrastró, tratando de hacer poco ruido, hacia uno de los muchos árboles que estaban a su alrededor. Y vio al grupo heterogéneo que caminaba por un pequeño sendero entre los árboles.
Un elfo, lo que parecían ser tres humanos (aunque uno tenía cuatro pequeños cuernos en la frente) y un hada. Lo del hada le extrañó. ¿No eran éstas depredadoras? Entonces, ¿qué hacía con aquel grupo y sin comérselos? Eso fue lo que le pareció más curioso de todo…
… Y al igual que la curiosidad mató al gato, la curiosidad podría alertar de la posición del monstruoso ser primigenio. Y él no estaba por la labor de dejarse ver, no en este estado…

– Así que es por aquí, ¿no? – volvió a preguntar Lucas. Kyria empezaba a hartarse de que fuese tan impaciente.
– Creo que nos lo dejará claro cuando hayamos llegado – le contestó Clara -. Además, algo me dice que por lo menos hoy no llegaremos al templo.
Y tenía bastante razón, pues los rayos que se filtraban por entre las copas de los árboles daban a entender que la tarde empezaba a acabarse. Llevaban horas andando y casi todo el tiempo lo habían pasado esquivando lugares donde los equídinos solían pastar o varias guaridas de bestias kensha. Tampoco habían escuchado ningún murmullo que pudiera delatar la presencia de hadas.
Querían evitar el mayor número de conflictos posibles, era normal que tardaran tanto en caminar por el bosque.
– Debe haber algún claro o así donde poder pasar la noche – continuó hablando la semigiganta, volviéndose a Kyria -. ¿Tienes idea de dónde podríamos estar seguros para esta noche? Y cuando digo seguros, lo digo en serio.
Kyria sabía perfectamente que ahora no podía ir engañándoles. Había hecho una promesa, al igual que Seelvee, de ayudarles a llegar al templo. Aún estaban lejos, pero definitivamente estaba llevándoles por el buen camino.
Pero aunque Clara, Lucas y Draug confiaran en ella, había alguien que no. Yaiba marcó violentamente otro árbol con su naginata.
– ¿Podrías hacer el favor de dejar de hacer eso? – Fëadraug se volvió hacia el samurai bastante molesto -. No nos hace falta ningún rastro para volver… básicamente porque queremos marcharnos, no volver.
– ¿Y quién te dice que lo hago por eso? – Yaiba frunció el ceño mientras su naginata marcaba otro tronco, haciendo que saltaran astillas -. Estoy liberando mi frustración después del encuentro con la dríada.
– ¿Atacando árboles?
– Alguno puede ser una dríada.
Draug suspiró y siguió la conversación: – Kyria nos está guiando de forma que no encontremos ningún peligro.
– Seguid fiándoos de esa enana y lo lamentaréis.
– ¿Y tú por qué la sigues entonces? – esta vez fue Clara quien hizo la pregunta.
Yaiba se limitó a encogerse de hombros.
– Os sigo a – Yaiba entonces remarcó lo siguiente -: vosotros, no al hada. Vosotros sois la clave para salir de este asqueroso lugar.
– ¿Sabes que te contradices a ti mismo, Yaiba? – le reprochó Clara -. Nosotros seguimos a Kyria, tú nos sigues a nosotros… así que, inevitablemente, sigues a Kyria.
Yaiba decidió no rebatir la aplastante lógica de la semigiganta y ‘atacó’ otro árbol. Murmuró algo y entonces fue cuando al final Kyria recuperó el foco de atención.
– Parece que hay un claro si seguimos el camino – Clara miró de nuevo a Kyria para cerciorarse de ello -. Cerca, ¿verdad? – vio al hada asentir -. Bien, entonces creo que podemos seguir viajando. Creo que tras lo de los lobos, el encuentro con Seelvee y esta caminata, merecemos un descansito. No tengo ganas de estar todo el día peleando o huyendo.
Fëadraug y Lucas compartían esa opinión. A Yaiba, realmente, le daba igual, mientras seguía desahogándose con los árboles. El grupo entonces retomó el camino que estaba siguiendo, sin darse cuenta de que, entre los árboles, algo los observaba…

Tal y como Kyria les había dicho (sin usar palabra alguna, por supuesto), a pocos minutos encontraron un claro. No era muy grande, pero parecía seguro, lo cual ya era más de lo que se podía esperar en el Bosque de los Susurros, aunque eso no impidió que el grupo se organizara en turnos de guardia. Extrañamente, Yaiba aceptó la propuesta, por el simple (y muchas veces repetido, tanto que hemos perdido la cuenta de cuántas veces se ha dicho) hecho de que quedarse en el grupo era la única manera de salir de este mundo. Además, ya había “atacado” suficientes árboles y se sentía más calmado… todo lo calmado que puede estar un samurai corrupto cuyo estado natural es estar cabreado.

Tras una pequeña cena, repartiendo los víveres de todo un día entre los cinco (si bien Kyria sólo comió algo de fruta), llegó la hora del primer turno de guardia. Mientras los demás se fueron a dormir, Clara se encargó de mantener el fuego un rato. Más tarde no tendría necesidad de mantenerlo, ya que la visión de Draug y de Yaiba podía adaptarse a la noche.
Miró hacia el cielo, con la luna brillando en un cuarto creciente. En cualquier otra parte del bosque, los rayos de la luna se filtrarían entre las copas de los árboles, dando lugar a un gran espectáculo de luz junto a las ahora despiertas luciérnagas. Pero en este claro, libre de hojas que estorben la visión de la luna, se podía contemplar ésta en su esplendor. Y, a pesar de ser otro mundo, a Clara le resultó familiar la luna que observaba, como si fuese la de la Tierra. Sonrió y suspiró, pensando que aquello era una simple coincidencia.

Casi no oía los pasos de la curiosa hada, que se movía lenta y grácilmente por los alrededores del improvisado puesto de vigilancia. Clara la observó detenidamente mientras Kyria seguía mirando cada uno de los árboles que les rodeaban. Parecía asegurarse de que no hubiera nadie… al menos, Clara quería pensar que era eso.
El hada se quedó pensativa durante unos segundos, delante de uno de los árboles. Después, sacudió levemente su cabeza, como si aquello en lo que estuviera pensando resultara ser una tontería de la que debía desprenderse. Kyria caminó de vuelta hacia donde estaban los demás y se sentó junto a Clara.
– Así que tú también quieres vigilar, ¿eh? – preguntó Clara.
Kyria sonrió y asintió como respuesta.
– Has dudado por un momento… – Clara señaló al árbol -. ¿Has notado algo raro ahí?
El gesto de Kyria advertía que, por un instante, ella había pensado que había algo extraño. Pero luego no estaba tan segura de ello. No supo cómo podía responder a esa pregunta sólo con signos, pero Clara parecía haber adivinado lo que pensaba.
– Si quieres le echamos un vistazo juntas – le propuso.
Kyria señaló a los demás, que estaban dormidos.
– No tardaremos…

Ambas caminaron con mucha cautela hasta aquél árbol. Estuvieron un minuto aproximadamente mirando los árboles cercanos, asegurando aquella zona. No había nada. Tal vez Kyria realmente había imaginado algo que no estaba.
– Volvamos – le dijo Clara, pero el hada no parecía del todo convencida.
Las dos volvieron junto al fuego y se sentaron. Las alas de Kyria se movieron un poco, aunque el hada sentía un poco de dolor al hacerlo. Era señal de que no estaban del todo curadas, pensó, y suspiró. Clara lo vio y se acercó un poco más a Kyria.
– Eh, vamos, ¿qué pasa?
Kyria se giró un poco, enseñando las alas a Clara.
– Ya veo…
La semigiganta se quedó mirándolas un rato y le sorprendió que aquellas dos alas que estaban tan mal torcidas ya estaban prácticamente enderazadas. Por supuesto, a Clara no le gustó esta idea… si realmente la magia de las hadas de este mundo residía en sus alas y si Kyria era capaz de encoger a la gente…
Clara sacudió la cabeza tratando de librarse de ese pensamiento. No, no iba a romper su promesa…
– Ya están mucho mejor – se limitó a decir -. Y… bueno… espero que la fruta te haya gustado.
Kyria asintió como respuesta y acarició su vientre, mostrando satisfacción.
– Pues yo creo que la fruta es más sana que comerse a la gente – dijo Clara, un poco en broma, aunque luego pensó en que tal vez no debería haber dicho eso -. Mira, entiendo lo que te ocurre… sé que tú tienes tu posición como depredadora y tal, pero ¿no has pensado alguna vez en la gente que… te comes? – Clara realmente encontraba dificultades para decirlo -. ¿No has pensado en sus familias, amigos…? ¿Sabes lo que quiero decir?
“Lo sé, pero ellos deberían saber que meterse en el Bosque de los Susurros es un suicidio, y si lo hacen es que no valoran sus vidas.” Ésta podría haber sido la respuesta de Kyria si pudiera hablar. Pero se limitó a tratar de mover los labios para formar esas palabras, si bien nunca había hecho que otros leyeran en sus labios frases tan largas.
De todos modos, Clara la entendió.
– Entonces estás diciendo que nosotros también somos unos suicidas, ¿no?
Kyria dudó un momento. No sabía cómo responder a esto. Seelvee había dicho que esta gente era especial, única. No se parecían en nada a otras personas que habían entrado en el bosque. Y finalmente negó con la cabeza.
– Vale, somos una excepción a la regla… – Clara trató de ponerse lo más cómoda posible -. Tampoco será cuestión de tentar a la suerte, excepto tu amiga Seelvee y tú, para el resto de criaturas seremos un almuerzo apetitoso.
Al menos estaba claro que este grupo venía bien preparado. Un elfo con conocimiento de magia, un guerrero hábil con las armas de filo y esta luchadora capaz de cambiar de tamaño. No contaba a Lucas, era demasiado débil, pero lo compensaba estando escudado por los otros tres. Kyria empezó a plantearse que tal vez fuese cierto y pudieran volver todos a casa.
– Y aparte de lo de tu dieta, ¿cómo son las cosas por aquí?
Aquella pregunta de Clara interrumpió el hilo de pensamientos de Kyria. El hada miró a Clara y, esbozando una gran sonrisa, elevó su brazos al cielo. Era una indicación de que la vida en el bosque era una maravilla para ella.
– Pero, siendo el Bosque de los Susurros… ¿no molestaría un poco, sobre todo a la hora de dormir?
Kyria hizo señas para indicar que los “susurros” de sus compañeras hadas le encantaban e hizo más gestos que Clara interpretó rápidamente:
– Ah, ya veo… para ti son una nana.
Kyria asintió. Clara iba a preguntarle a Kyria cómo podía haber sido aceptada por sus amigas siendo muda, pero prefirió no hacerlo, con tal de no ofenderla.
– Y supongo que eres una hadita traviesa, ¿eh?
Kyria se sonrojó un poco.
– Pues ya sabes, hadita traviesa: más fruta, menos gente – la mano de Clara dio unos pequeños toques en la barriga de Kyria -, que si no vas a engordar.

En ese momento, Kyria se levantó de golpe. Clara pensó que tal vez era el gesto que había hecho. Debería haber sido más cuidadosa y no haberle dado esos toquecitos.
Pero pronto adviritó que no había sido su acción lo que había hecho que el hada se levantara de repente. Ella también vio el resplandeciente ojo dorado que había entre los árboles, observándoles.
Despacio y con precaución, Clara se acercó a Fëadraug y le dio un pequeño toque con el codo. El elfo, de sueño ligero, se despertó casi de inmediato.
– Tenemos visita… y no me parece agradable – le contó Clara en un susurro.
Draug no se levantó de inmediato. De hecho, lo hacía muy lentamente, tratando de dar la sensacón de revolverse en su sueño en vez de estarse levantando para confundir a aquél que los estuviera observando.
– ¿Despierto a Yaiba? – preguntó Clara en voz baja.
El asentimiento del elfo era leve, pero lo suficientemente claro como para que la semigiganta se arrastrara lentamente hacia el samurai y le diera un codazo. La reacción de Yaiba era de todo menos delicada y Clara tuvo que rodar lejos de él antes de que el puño la alcanzara.
– ¡Mierda, mierda, mierda! – se lamentaba Clara ante el brusco despertar de Yaiba.
Y maldecía con razón, porque aquel ojo dorado se esfumó. Pero Kyria también había desaparecido, seguramente en busca del origen de ese ojo. Preocupada por perder a la guía que les debería llevar al Templo de Lantaran, Clara se apresuró a correr hacia donde había visto el ojo.
Kyria salió de entre los árboles, corriendo como bien podía, sus alas moviéndose instintivamente aunque el hada aún no pudiera volar. Tras ella salió el ser azulado de gran mandíbula que perseguía al hada… sólo para recibir un derechazo de Clara.

Demasiado doloroso… ¿también el sello le había convertido en un debilucho?

Cuando por fin pudo abrir el ojo al pasar el dolor, observó que no sólo estaban el hada y la chica pelirroja y alta. El elfo y el samurai estaban allí también, observándole. Percibía hostilidad, especialmente en el samurai. Y vio al muchacho enclenque quejarse de que no le dejaban dormir antes de volver a tumbarse.

Tenía que hacer algo. Lo miraban con una mezcla de asco y de ganas de partirle la boca (especialmente Yaiba). Realmente no le gustaba esto, no les intimidaba en absoluto.
Y debía imponerse. Él era un ser primigenio, ¿con qué cara podía presentarse a otros seres de tal índole si no era capaz de infundir temor? La repugnancia no está mal para empezar, pero la gente tiene asco a los bichos y no precisamente los temen… Algunos incluso los pisotean, asqueados.
Se aclaró la garganta y finalmente gritó:
– ¡Yo soy el gran T’einet’Akoou’Lyeen! ¡Temedme!
– ¿Tentaculín? – trató de repetir Clara.
– ¡Maldición, otra vez el mismo chiste! – lamentó el ser primigenio -. ¿Qué pasa? ¿Os parece gracioso burlarse de un ser primigenio?
– Pues por un momento pensé que eras una babosa sobrealimentada – replicó Clara una vez más, esta vez con evidente sorna.
– Espera un momento… – Fëadraug decidió acercarse un poco más y observar con más detalle al extraño ser -. Este bicho concuerda con la descripción que dio Sekhmet del bicho aquel que infestó los retretes del edificio con su prole.
– ¿Hablas de la mascota de Shao Kahn? – Clara miró de nuevo al ser primigenio, sin creérselo.
– Sólo le dejaba llamarme mascota porque se sentía solo y triste – afirmó el ser -. ¡Y dejad de llamarme Tentaculín!
Fëadraug lo miró con más interés.
– Sí… es el bicho al que Pymie le cortó los tentaculos y la amiga sintoísta de Makoto selló.
– Y para eso se tuvo que poner un traje de marinerita ridículo con minifalda – Tentaculín parecía indignado -. ¡Ya ni los exorcismos se los toman en serio!
– Vale, entonces… ¿te puedo matar ya? – le preguntó Yaiba, naginata en ristre -. Así acabaré tu sufrimiento.
– No todo se soluciona matando, ¿sabes? – le espetó Clara, volviéndose a Tentaculín -. A ver, ¿qué hacías espiándonos?
– Sentía curiosidad, nada más… – el ojo de Tentaculín se fijó en Kyria -. Os veía junto a esta hada sin que seáis su cena y me resultó extraño, nada más.
Tentaculín miró a todos, esperando que, al menos, la actitud hostil se desvaneciera. La verdad es que esa hostilidad fue sustituida por desconfianza. Yaiba apartó la naginata, aunque lo hacía bastante molesto. Tentaculín ahora podía respirar un poco más tranquilo.
– Mejor será que te largues y dejes de espiarnos – le espetó Fëadraug mientras volvieron al fuego.

Aquello no le gustaba para nada al ser primigenio. Seguía sin infundir miedo en sus corazones, sólo había conseguido que desconfiaran de él, ¡e incluso se burlaran de su nombre! ¡Cómo odiaba que se burlaran de su nombre!
Y ahora le decían que se fuera. Que les dejara en paz. Y estaban ignorándolo ahora, mientras Yaiba trataba de conciliar el sueño. Fëadraug estaba demasiado desvelado tras este encuentro como para volver a dormirse y decidió acompañar a Clara y Kyria.

Tentaculín los observó, molesto. Volvió a moverse hacia ellos, esta vez acercándose al fuego. Los tres le ignoraron. Sabían que estaba allí y decidieron permanecer en silencio (la verdad es que para Kyria era la norma).
A medida que pasaban los minutos, la indignación de Tentaculín se convirtió en aburrimiento. Finalmente, dejó de tratar de llamar su atención y estuvo a punto de marcharse, cuando finalmente se le ocurrió preguntar:
– Err… ¿y qué hacéis vosotros en este mundo? ¿Buscáis una forma de salir o algo?
Parecía que iba a quedarse sin respuesta, pero Draug contestó sin mirarlo:
– Si lo dices para que te saquemos de aquí, vete olvidando. No vamos a arriesgarnos a dejarte suelto por los retretes del Multiverso. Ahora márchate.
El ser primigenio frunció su ceño, lo cual era bastante desagradable en él. Tentaculín se arrastró cerca de la fogata y trató de hacerse un hueco. No importaba que los demás trataran de echarlo, pero él seguía insistiendo, hasta que su cabezonería ganó y se quedó quieto entre Fëadraug y Clara.
– Me da igual lo que digáis: os seguiré. Y conseguiré lo que me propongo, porque para algo soy T’einet’Akoou’Lyeen. ¡Abandonaré este mundo y volveré a ser quien debo ser!
Draug y Clara murmuraron muy molestos. Yaiba se dio la vuelta, tratando de dormir. Kyria no entendía nada. Lucas roncó.

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CONTINUARÁ…