Paridas felaryanas, página 2
Fëadraug abrió lentamente los ojos. Lo último que recordaba era que el portal se había vuelto inestable y una luz rojiza les había cegado. A partir de ahí, todo estaba en blanco. Algo había ocurrido con el portal, pero no tenía memoria de ello.
Preguntándose cuánto tiempo había pasado, el elfo silvano empezó a levantarse… ¿de la cama? Esto le resultó extraño durante unos segundos.
Se fijó que ésta no era su cama, ni ninguna de las que había en «La Guarida». Y eso empezó a extrañarle. Especialmente cuando vio que el cuarto en el que se encontraba parecía más bien la habitación de una posada de corte medieval. Le recordaba a su hogar… le recordaba a su mundo… a Daron.
Volvió a mirar a su alrededor, se restregó los ojos y echó una tercera mirada. La habitación seguía ahí, no era un espejismo.
Alguien llamó de pronto a la puerta. Draug se preocupó en comprobar si estaba vestido (no tuvo este detalle en cuenta al levantarse) y suspiró aliviado al ver que sí.
– Puede entrar – dijo al fin.
La puerta se abrió y una joven muchacha de pelo castaño pasó con una bandeja, sobre la cual había una jarra, un trozo de mantequilla y unas rebanadas de pan. Fëadraug reparó en los pequeños rasgos felinos de la muchacha: sus orejas, sus ojos verdes y la larga cola que sobresalía por debajo de su largo vestido de camarera, muy de corte medieval. También le pareció que las uñas de la chica eran bastante largas y afiladas.
– Buenos días, señor elfo – dijo la chica -. ¿Ha dormido bien?
Draug se restregó los ojos de nuevo y miró fijamente a la chica.
– ¿Dónde estoy? ¿Estoy Solderai? ¿O tal vez estoy en Milgazzia? No, espera… eres una félida, así que esto es Mirri, ¿verdad?
Pero la chica respondió a las tres preguntas con un ‘no’ y remarcó que ella era una ‘neko’. Ni la capital del Imperio Soldeví, ni la Primera Ciudad, ni tan siquiera el hogar de quimeras y félidos. Y sabía que no podía estar en el Reino Élfico, la habitación no tenía el distintivo toque de las posadas de los elfos.
– Señor, está usted en la posada y taberna «Murmullos».
– ¿»Murmullos»? – repitió Draug, ya que el nombre del lugar no le sonaba.
– Sí… El dueño la llama así porque está cerca de la entrada al Bosque de los Susurros. Lo sé, es un nombre oportunista, pero…
Aquel nombre tampoco le sonaba de nada. Fëadraug volvió a mirar a la chica, a la cual parecía haberle recorrido un escalofrío al mencionar el nombre del bosque, pero el elfo le restó importancia. Tenía algo que le preocupaba más.
– ¿En qué parte de Daron estoy?
– ¿Daron? – preguntó la muchacha.
– Sí, este mundo, Daron.
Al oír esto, la muchacha dejó la bandeja suavemente en la mesa de la habitación y miró con un poco de tristeza y de desconcierto al elfo.
– Señor… No sé de qué me habla, pero le puedo asegurar que está usted en Felarya.
– ¿Fe-qué? – Draug sacudió la cabeza mientras se sentaba en la cama -. No, espera… el portal…
– El hombre de ojos rojos con cuernos también mencionó un portal, pero no me quedé mucho tiempo con él. Es… demasiado violento. Me dio la sensación de que iba a atacarme sólo por estar frente a él.
La descripción era simple, pero Fëadraug reconoció en ella a Yaiba. No serían pocos los que pudieran describir con tan pocas palabras y tan correctamente al samurai corrupto.
– Perdona… ¿están también una chica alta, de largo cabello pelirrojo y con grandes pendientes redondos y verdes? ¿Y un muchacho moreno, enclenque, con gafas y perilla?
Ella asintió.
– Vale… – Fëadraug se levantó de la cama -. El portal se ha desestabilizado y nos ha llevado a este mundo… Felarya – el elfo se puso a andar en círculos, ante la mirada atónita de la chica-gato -. Bien, bien… Habrá que encontrar la forma de salir de este lugar.
– Pero, señor… una vez se entra en Felarya… no se puede salir. Al menos es lo que se le dice a la gente que viene de portales.
Pero las palabras de la muchacha no influyeron en él. Draug rápidamente se puso a buscar por la habitación. La chica no sabía por qué hacía esto, hasta que al final Fëadraug se volvió de nuevo hacia ella.
– Perdona… err…
– Melanie – completó la chica la frase -. Me llamo Melanie.
Fëadraug asintió.
– A mí puedes llamarme Draug – se acercó lentamente hacia ella -. Perdona, Melanie, ¿has visto un libro? Lo tenía yo… Lomo rojo, páginas amarilleadas, manuscrito…
Una vez más, el elfo recibió una respuesta negativa.
– Cuando les encontraron fuera de la taberna, lo único que llevaban eran las armas del hombre violento… dos espadas y una especie de lanza. El señor Grigor, el dueño de esta taberna, dijo que ese hombre debía ser un samurai. Tenemos sus armas guardadas abajo, por seguridad.
– Razón no le falta. Por muy corrupto que esté, Yaiba es un samurai… y bien que hacéis en guardar sus armas por ahora – Fëadraug se acordó de las amenazas del samurai -. Y por lo que dices, tú no nos encontraste… entonces ¿fue el dueño?
– No, señor Draug. Fue un cliente que estaba marchándose. Creo que es lo último sensato que ha hecho y hará.
– ¿Y eso? – preguntó Fëadraug, algo confuso.
– Ese hombre decía que iba a recorrer el Bosque de los Susurros en busca del Templo de Lataran y…
Todo aquello le sonaba bastante extraño a Fëadraug. Se volvió a sentar en la cama y miró de reojo la bandeja, a la cual no había prestado atención apenas.
– ¡Oh, lo siento! – Melanie se inclinó levemente -. Le había traído el desayuno y lo he distraído con todo esto.
– No pasa nada… De todos modos, me gustaría pedirte un favor.
– ¿Sí, señor Draug?
– ¿Podrías decirle a la chica pelirroja y al otro muchacho que nos reuniremos en el salón, por favor? Porque supongo que aquí tendréis salón.
– Sí, por supuesto. Les avisaré, señor Draug – dijo Melanie, sonriendo.
– Gracias.
Melanie se marchó de la habitación dispuesta a avisar a los demás. Al menos Draug le había ahorrado el trago de volver a la habitación de Yaiba. Ya iría él a por el samurai de las Tierras Sombrías. Aunque tal vez no hiciera falta avisarle, la falta de alcohol en el riego sanguíneo de Yaiba llevaría al rokuganí directamente al piso inferior.
A Fëadraug todo esto le resultaba extraño. Y encima había perdido el libro. No sólo le preocupaba porque era la clave para abrir un portal de vuelta a la Tierra y a Daron, sino porque tenía que devolverlo a la biblioteca municipal en dos días.
Además, la chica no se parecía en nada a ningún félido que hubiera visto en su vida. De hecho, era más chica que gata y le había dicho que era una neko.
Este mundo, Felarya, prometía ser intersante… y eso que no había salido todavía de su habitación.
—
– ¡Sake!
A pesar de sus malos modales, Yaiba vio pronto una pequeña jarra de sake frente a él. Agarró la jarra nada más tenerla a su alcance y empezó a beber de ella, como si fuese agua. Una vez terminó y dejó la jarra en su sitio, dejó una pequeña moneda sobre el mostrador. El tabernero, un hombre bastante mayor, calvo y de barba canosa, miró de mala gana al samurai corrupto y cogió la moneda.
El tabernero miró entonces a Clara y Lucas, la primera acostumbrada al comportamiento de Yaiba.
– No sé cómo podéis soportar a ese tipo – dijo al fin el tabernero, de nombre Grigor y marcado acento ruso… o como él decía orgullosamente, soviético.
Grigor no era natural de Felarya. Eso se veía en muchos detalles, empezando por la bandera roja, con la hoz y el martillo en amarillo, en la pared del fondo. Por mucho que algunos que venían de su mundo en tiempos actuales le insistieran en que la bandera actual era a franjas horizontales blanca, azul y roja, él no la cambiaría por nada en el Multiverso.
Grigor era soviético de pura cepa. Había estado trabajando para la Unión Soviética en la Guerra Fría, en concreto en el departamento de investigación y desarrollo. Cuando realizaron una especie de replica al infame Experimento Filadelfia, algo salió mal y tanto Grigor como cuatro de sus compañeros acabaron en este mundo. Sólo Grigor fue lo bastante inteligente como para escuchar y confiar en las historias que contaban otros humanos ‘extranjeros’. Y por eso había sobrevivido durante tanto tiempo.
Grigor construyó esta taberna y posada hacía dos décadas en tiempo terrestre y había sido un negocio fructífero. Muchos de los que pasaban por aquí iban de camino al Reino de las Hadas, donde se encontraba una zona neutral, mientras que otros, los más insensatos, pensaban en atravesar el Bosque de los Susurros, en busca del Templo de Lataran, e incluso algunos esperaban llegar al Gran Árbol, del que tantas historias se cuentan.
– Créame, después de casi dos años conviviendo con ese impresentable, uno se acaba acostumbrado – respondió al fin Clara.
Grigor sacudió su cabeza mientras murmuraba algo en ruso. Fue entonces cuando Fëadraug bajó las escaleras y Melanie salió a recibirle.
– Señor Draug… – miró primero al elfo y luego a los otros tres -. ¿Necesitan algo más?
– Creo que estarán bien servidos por ahora, Melanie – le dijo Grigor, saliendo de detrás del mostrador -. He preparado algunas viandas, pan y agua. Cuatro días. Y eso siendo demasiado optimista – se rascó la barba y miró a los cuatro -. La moneda que usen para pagar da igual. Cualquiera es aceptada en este lugar. Rublos, coronas, kokus… eso que ahora llaman euros… incluso… – la cara del viejo mostraba repulsa – … dólares.
Draug agradeció tanta atención por parte del anciano y miró a sus compañeros. Los cuatro se sentaron en una mesa libre. Tampoco había pocas que elegir. Por la mañana, «Murmullos» era un lugar tremendamente tranquilo y poco frecuentado, excepto por aventureros en busca de tesoros y de gentes que han decidido recorrer toda Felarya. Claro que ‘todo’ en Felarya es muy relativo…
– He perdido el libro que llevaba ayer – comentó al fin Draug -. Mejor dicho: alguien me lo ha robado.
– Espera… eso quiere decir… – iba a decir Lucas, pero el elfo siguió hablando.
– A menos que lo encontremos, estaremos encerrados en este mundo.
– La chica-gato dijo que nadie que entrara en este mundo ha salido – añadió Clara -. Tal vez haya alguien que sí lo haya conseguido, pero seguramente esta gente no lo sepa… o puede que…
– Tratemos de pensar en positivo – le interrumpió Fëadraug.
Yaiba se reclinó un poco más, cruzó los brazos y suspiró.
– Elfo, tienes suerte de que sé que sólo tú puedes devolvernos a donde estábamos – la mirada que el samurai dedicó a Fëadraug helaba la sangre -. Pero en cuanto salgamos de aquí, más te vale volver a tu mundo, porque si no cambiaré la decoración de mi habitación… con tripas de orejudo.
Fëadraug no se dejó intimidar esta vez por las amenazas de Yaiba, además de que se estaba repitiendo con lo de las tripas. Los dos se quedaron mirándose el uno al otro, fijamente. Ninguno de ellos vaciló. Hasta que Clara por fin rompió el silencio:
– Pero Draug, ¿estás seguro de que te lo han robado? ¿Y qué si se ha perdido…?
– ¿… En el vórtice del portal? – Fëadraug lentamente lo negó con la cabeza -. Antes de la caída y quedarme inconsciente, aún lo tenía aferrado entre mis dedos. Y cuando nos trajeron aquí, no lo tenía.
Lucas se cruzó de brazos y empezó a pensar en la situación. La verdad es que no le hacía gracia estar perdido en un mundo desconocido, aunque era una suerte que la gente hablara su idioma (aun con extraños acentos) y que Melanie fuese una chica-gato amable, no como la otra chica-gato que conocía, la violenta némesis de Clara, Megan. Pero la verdad es que estar atrapado en este lugar por siempre no sonaba a buena idea, y más cuando había comprobado que las comodidades del lugar distaban mucho a las de una sociedad como la del siglo XXI.
– La tal Melanie dijo que nos encontró un tipo que se iba a ese… Bosque de los Susurros – Lucas dijo al fin, esta vez sin que le interrumpieran -. ¿Podría ser él quien lo robó?
– Ésa era mi teoría – respondió Draug -. Era por eso por lo que os había reunido… Eso tipo está en el Bosque de los Susurros. Allí le encontraremos.
– No sé… la chica parecía sentirse mal por lo del Bosque de los Susurros. Y por lo que decía, no parece un lugar seguro.
– Seguro que eso de que el bosque no es seguro es un cuento para que la gente se asuste y les paguen más noches en esta ratonera – murmuró Yaiba.
Fëadraug no esperó más. Se levantó y avanzó con paso firme hacia Grigor. El tabernero miró al elfo mientras terminaba de hablar con algunos de los parroquianos.
– Disculpe… ¿Podría decirnos algo de la persona que nos encontró, por favor?
Grigor se acarició lentamente la barba.
– Por favor… por favor… – el anciano soviético trató de contener una carcajada -. En los años que llevo atrapado en este jodido mundo, eres el primer orejudo que me pide algo con tanta educación, camarada.
Draug no tardó en suponer la altiveza de los elfos de este mundo… si es que en este mundo existían elfos o algún equivalente, pero por la frase de Grigor era muy probable que así fuera.
Volviendo al mostrador, Grigor sacó una botella de vodka junto a un pequeño vaso. Lo llenó con un poco de bebida y se bebió el contenido enseguida.
Yaiba ya se había levantado entonces para ver qué era lo que estaban comentado. También Lucas y Clara sentían curiosidad.
– Ese hombre… decía estar buscando los mayores misterios de este mundo – comenzó a narrar el anciano tabernero -. Decía que su ‘raza’ estaba interesada en recolectar información de diversas épocas y lugares… aunque confesó que su llegada a Felarya fue accidental… como la suya, dama y caballeros…
Volvió a llenar el vaso y también se bebió de un golpe el segundo trago de vodka.
– Un tipo extraño, sí… Decía que ocupaba el cuerpo de alguien llamado Karonthius… y cuando oyó hablar del Templo de Lataran, se interesó mucho en ello. Y mira que le advertí de que no debía meterse en el bosque, pero como todos los idiotas, ¡pum!, se fue. Aunque ustedes y su repentina aparición lo retrasaron un poco.
– ¿Y llevaba algo ese tal… Karonthius que no fuese suyo? – preguntó Fëadraug.
El anciano trató de hacer memoria.
– Se ajustó la capa demasiado contra el cuerpo… Pero como vi que las armas del samurai – Grigor miró con recelo a Yaiba, mirada que fue correspondida con un gruñido del samurai – y los pendientes de la muchacha – obviamente Clara – seguían ahí, descarté que se llevara algo. Pero si precisamente se ha llevado un libro… – Grigor se apoyó lentamente sobre la barra -. ¿Qué clase de libro era?
– Magia – respondió tajante Fëadraug -. Pero dígame… ¿tan peligroso es ese Bosque de los Susurros?
Grigor asintió lentamente.
– ¡Ni tanto que lo es! Ya sólo por las bestias kensha ese lugar es un funeral seguro para ustedes y un festín para esos monstruos. Esos lobos sanguinarios… – Grigor llenó su tercer vaso -. Y luego están los equídinos, algo así como unicornios… y los glouteux, esos enormes pollos glotones… también hay que andarse con cuidado con las plantas carnívoras del lugar… Los duikers son inofensivos, unos pequeños antílopes… de vez en cuando se ve una enorme tortuga, noghdong, pero es pacífica…
Se quedó mirando su vaso fijamente antes de proseguir. Murmuró algo en ruso mientras movía lentamente la cabeza de un lado a otro.
– Señor… – esta vez fue Clara quien habló -. ¿Ocurre algo?
– Hadas y dríadas… ésas son las peores – dijo al fin Grigor -. Engañan a los viajeros y cuando menos te lo esperas, acabas en sus estómagos… Tantos camaradas a los que he advertido… y tan idiotas que fueron de hacer oídos sordos… – mientras tomó su tercer trago, miró fijamente al cuarteto -. Y ustedes también van a arriesgarse, y todo por un libro de hechizos…
– Pero… ¡él es un druida! – dijo Lucas, señalando a Fëadraug -. Bueno, eso dice él…
Grigor rió por lo bajo.
– Un simple druida contra el Bosque de los Susurros… una batalla perdida de antemano.
Fëadraug se sintió molesto por ese comentario, pero lo ocultó a ojos de aquel hombre, que dejó a un lado la botella y comenzó a limpiar algunos vasos.
– Paguen sus cosas, les entregaré las armas del samurai… ¡y váyanse si así lo quieren! Aún están a tiempo de rectificar…
—
Las advertencias de Grigor aún seguían en sus mentes y los cuatro tenían una opinión distinta acerca de las mismas.
A Yaiba no le parecían más que historias para asustar a los viajeros. No sabía nada de seres como dríadas o hadas, pero él se había enfrentado a cosas peores. Trasgos rebeldes, onis, samurais del Clan Cangrejo, los chistes de Monty… Todo aquello que pudiera existir en Felarya no era nada para el samurai corrupto.
Clara, sin embargo, lo tomaba todo con mayor precaución. Tal vez fuese porque aún tenía reciente en su mente (y en su cuerpo) la lucha contra aquella lagartija gigante, pero algo le hizo suponer que si dríadas y hadas podían ser depredadores, pequeñas no tenían que ser. Y aunque ella nunca ha visto ninguna de ellas en la vida real, tal vez en este mundo sí existan. Y si es así, la semigiganta tenía que ir preparada.
Lucas también lo veía así, pero desde su punto de vista de macrofílico ‘ligeramente’ pervertido. El simple hecho de que existan chicas descomunales, lo suficientemente grandes como tragarse a un hombre entero, ya le empezaba a parecer maravilloso (lo de las chicas, no lo de ser tragado vivo) y pensaba menos en la posibilidad de volver o no a casa. Lucas había advertido que a Clara la idea no le gustaba, así que trató torpemente de disimular su excitación… que fue interrumpida por una colleja de Clara.
Fëadraug era el más cauteloso de todos. Tal vez porque su mundo se parecía más a Felarya que al ‘mundo real’ o tal vez porque se lo tomaba en serio, el elfo sabía que internarse en ese bosque era una locura. Nunca había estado allí, pero las diversas sensaciones procedentes del Bosque de los Susurros le hacían sentir incómodo. Pero debía ir al bosque y encontrar el libro. Tenían que estar alerta, ya que era vital encontrar el libro. Draug no tenía ganas de quedarse atrapado… ni tardar demasiado, no le hacía gracia tener que pagar una multa por entregarlo tarde en la biblioteca municipal.
De todos modos, todos coincidían en que había que entrar en el bosque. Todos estaban a unos pocos pasos del mismo hasta que finalmente se decidieron y entraron…
—
– Lo he vuelto a notar.
La voz que dijo esto era femenina, aunque algo estruendosa, más que nada porque las palabras salieron de los labios de una dríada de más de treinta metros de altura. Se inclinó un poco hacia abajo, acercándose un poco más a la parte inferior de su cuerpo, que no era más que el tronco de un árbol, con su largo cabello verde oscuro cubierto en hojas del mismo color cayendo sobre sus hombros. Puso sus manos sobre el tronco y notó claramente las vibraciones que provenían de sus raíces.
El enlace con el bosque le había advertido durante la noche de la entrada de un incauto. Y ahora eran cuatro más los que se internaban en el Bosque de los Susurros.
Seelvee podría haber pensado en ello como siempre había pensado la dríada: humanos estúpidos que habían entrado en el bosque y que servirían de almuerzo para el primer ser suertudo que los encontrara.
Pero esta vez, Seelvee no podía decir esto. Había notado que la persona que entró por la noche no era enteramente humano, al menos no la energía que emanaba. Y de estos cuatro nuevos personajes, sólo uno era claramente humano. Uno de ellos emitía una energía maléfica, otro era una energía desconocida y la última procedía de algo parecido a un elfo… pero no lo que ella conocía como ‘elfo felaryano’, sino algo distinto. ¿Un elfo de otro mundo, tal vez? Y uno con un poder que trataba de conectar con el bosque en sí.
Oyó de pronto el sonido de unas alas. Seelvee desvió su atención al lugar de donde provenía el sonido y vio al hada de piel morena y cabello marrón rojizo volando hacia ella. Seelvee se incorporó y saludó con una gran sonrisa a Kyria, el hada muda.
– ¿Ya has desayunado? – preguntó la dríada.
Kyria asintió, pero también se encogió un poco de hombros. Estaba claro que el hada había comido, pero no estaba, por así decirlo, satisfecha.
– Algo es algo, supongo – dijo Seelvee -. Oye, han entrado cuatro personas más.
Kyria abrió sus ojos dorados con sorpresa y con su mano derecha contó hasta cinco.
– Sí, el tipo que entró ayer sigue vivo – confirmó la dríada.
Esto parecía ir muy bien, al menos así lo pensaba Kyria. El hada silenciosa se llevó una mano a la barriga y la acarició suavemente.
– Aún están algo lejos… pero puedes probar suerte – comentó Seelvee -. Eso sí, no te los quedes todos, déjame a mí también alguno, ¿eh?
Kyria asintió, sonriendo a Seelvee, y voló lejos de su compañera, pero volvió a escuchar la voz de la dríada.
– Pero ten cuidado. No parecen las típicas presas indefensas.
El hada volvió a asentir silenciosamente y esta vez siguió volando sin más interrupciones.