Paridas felaryanas, página 3
– Esto… chicos, aquí falla algo.
Lucas mostró a los demás su reloj, que tenía una pequeña brújula incorporada. A primera vista era obvio lo que pasaba: la aguja no dejaba de dar vueltas, en vez de estar señalando dónde se encontraba el norte. La cuestión era… ¿por qué?
– Curioso… – murmuró Draug -. Esto es muy curioso.
– Pues a mí me parece una putada, qué quieres que te diga – respondió Lucas.
No es que Lucas fuese pesimista (no es su forma de ser), pero la situación no invitaba a que los ánimos estuvieran por las nubes. No sabían por dónde buscar, la brújula era incapaz de señalar al norte… y por si fuera poco, estaban todos esos peligros que el viejo Grigor les había comentado hacía poco más de hora y media.
Todos sentían algo de preocupación… todos menos Yaiba, quien estaba tranquilamente sentado, apoyado sobre el tronco de uno de los enormes árboles que les rodeaban, mientras abría una pequeña botella de sake.
– Creía que el elfo y sus poderes del bosque nos podían ayudar – dijo el samurai después del primer sorbo -. Ya veo que su inutilidad es de nacimiento. Tan inútil como un Isawa…
Fëadraug carraspeó, molesto ante aquella frase, si bien no sabía qué era un Isawa.
– Los poderes de un druida no son los de un Dios – replicó al fin el elfo silvano -. Este bosque es enorme, más grande de lo que imaginaba. Necesitaré más tiempo para comunicarme con él y encontrar la forma de localizar a ese… ladrón.
Yaiba se encogió de hombros y dio otro sorbo antes de poner el tapón a la botellita. Se levantó lentamente, con su naginata descansando sobre su hombro derecho, firmemente sujeta por la mano del mismo lado. Miró con claro desdén a Draug.
– ¡Pues date prisa, druida de pacotilla!
Mientras esta escena se producía, Clara estaba ojo avizor. Sus compañeros seguían discutiendo y, por lo que estaba ya oyendo, las palabras entre Fëadraug y Yaiba habían subido de tono más de lo previsto mientras Lucas trataba de meterse entre ellos y evitar las tortas… eso o tenía ganas de recibirlas él mismo.
Había algo misterioso en este bosque. Clara miró a su alrededor, maravillada ante el espectáculo de luz que los rayos del sol formaban mientras pasaban por entre las copas de los árboles, mostrando un mosaico verde, amarillo y marrón difícil de describir con palabras. Y mientras admiraba esto le pasó lo que le pasa a quienes se distraen.
Se tropezó con una piedra.
Pero Clara nunca sabría cómo agradecer a aquella piedra el tropezón si las piedras la entendieran. Al incorporarse, Clara pudo ver que la hierba y la tierra que había frente a ella estaban revuletas. La semigiganta se acercó lentamente hacia los rastros que habían quedado impresos en el suelo del bosque.
Fue entonces cuando descubrió las pisadas parecidas a las de un lobo, pero mucho más grandes. Eran huellas bastante profundas que daban a entender que fuera lo que hubiese dejado aquellas pisadas era grande y pesado. Las observó cuidadosamente, asombrada por su número. Debían ser de cinco o seis individuos. Y eran pisadas recientes.
Entonces Clara se acordó de que Grigor había mencionado a unos seres parecidos a lobos, las bestias kensha. Antes de marcharse de la taberna, se habían enterado también por boca de algunos parroquianos que aquellos monstruos eran sin duda de los depredadores más sanguinarios que había en este mundo.
– ¡Vale vale! ¡Dejo que os matéis entre vosotros, yo aún tengo ganas de vivir!
Lucas se apartó asustado en cuanto vio a Yaiba aferrar la naginata con ambas manos. Fëadraug no iba armado, pero no tenía miedo de lo que pudiera pasar. Ambas manos estaban abiertas, mientras los dedos del elfo se movían lentamente.
Pero a diferencia de lo que Lucas pensaba, no era por la tensión que había entre ellos y que estallaría en una pelea entre samurai y elfo.
Era otra cosa… y Clara, al igual que ellos dos, sabía el qué.
Fue entonces cuando los dos enormes lobos de seis patas, de pelaje grisáceo y largos colmillos, salieron de entre los árboles, corriendo hacia el samurai corrupto y el druida elfo.
La reacción de Lucas fue inmediata: correr hacia donde estaba Clara, ya que seguramente con ella estaría más a salvo (y a gusto).
– Un día de estos no voy a estar para salvarte el culo – le recordó Clara a Lucas.
– ¡Pues aprovecho ahora que puedo!
Los dos observaron cómo Yaiba y Fëadraug empezaban a apañárselas ante los dos enormes lobos, que debían alzarse unos seis metros. Unas bestias gigantescas que, sin embargo, no intimidaron ni al samurai corrupto ni al druida elfo.
– Fu Leng es mi señor…
Yaiba se movía con bastante soltura, dando los pasos adecuados para evitar las zarpas y las fauces de los dos depredadores. Movió sobre su cabeza la naginata de obsidiana y acertó en clavarla en la garra de una de las bestias. La retiró rápidamente en cuanto vio otra zarpa tratar de derribarle.
– … Daigotsu guía mi espada y mi alma…
La bestia kensha se movía violentamente debido al dolor que la hoja maldita de la naginata le provocaba. Lo que la bestia lupina no sabía era que a pesar de haber estado poco tiempo en su carne, la obsidiana y la corrupción de la lanza estaban afectándole.
– … y aquellos que no acepten el abrazo del Señor Oscuro…
Las garras trataban de acertar a Yaiba, pero la lanza del samurai corrupto se movía de tal forma que no importaba cuán afiladas estuvieran sus garras, la bestia no podía tocarlo. Instintivamente, trató de alzarse sobre sus patas traseras, de forma que el par de patas que completaba el sexteto pudiera quedar libre para atacar a Yaiba. Pero para entonces, el samurai ya había visto en la desesperación de la bestia kensha su punto débil.
– … morirán en su herejía…
El lobo gigante aulló de dolor al notar cómo la lanza comenzó a clavarse en su abdomen. Yaiba soltó la naginata en cuanto vio que el animal volvía a posarse sobre sus seis patas. Yaiba desenvainó su katana y se posicionó, aprovechando que la criatura se retorcía de dolor y no prestaba atención a su presa.
– … mientras los fieles al Noveno Kami…
Yaiba empezó a correr hacia la bestia. El enorme lobo se volvió, con sus fauces abiertas en un desesperado intento de acabar con Yaiba de un único mordisco. El samurai calculó con no poca precisión el momento justo para saltar, apoyarse sobre el hocico de la bestia kensha… y hundir la katana entre sus ojos.
– … triunfarán.
Durante los últimos segundos que le quedaban, la bestia kensha no dejó de sorprenderse ante este rival, esta presa que se le había escapado y, además, le había dado muerte tan rápido. El gran lobo cayó inerte, con Yaiba manteniendo el equilibrio sobre su cabeza.
Fëadraug, por su parte, no tenía los medios para atacar. O, mejor dicho, no tenía la concentracion suficiente para hacerlo. Un árbol cercano, arbustos o incluso piedras podían servir para defenderse y atacar a aquel monstruo. Pero ante semejante bestia incansable, usuar su magia quedaba descartado por el momento.
El druida sólo podía hacer uso de su gracilidad élfica para mantenerse lejos del enorme lobo gris que trataba de darle caza, ya que no podía concentrarse lo suficiente para que su magia pudiera actuar sin obstáculos.
Pero eso no era lo peor. Mientras seguía esquivando ataques, Draug había notado una especie de perturbación, movimientos entre los arbustos más lejanos. Así fue cómo llegó a la conclusión de que los dos lobos que habían aparecido no eran más que una avanzadilla. Seguramente toda una manada de estas bestias kensha estaba al acecho, aguardando el momento de lanzarse sobre sus presas…
Este momento de distracción parecía ser el que esperaba la bestia, que se lanzó con sus mandíbulas abiertas hasta el extremo para acabar con su escurridiza presa…
Y habría sido así de no ser por el gran puño que detuvo a la bestia en seco, lanzándola varios metros lejos de Fëadraug.
Draug miró a Clara, la cual había adquirido su tamaño, por así decirlo, real. Quince metros de semigiganta habían enviado a la bestia kensha lejos. El elfo se dio cuenta de que había algo que trataba de mantener el equilibrio en el hombro de Clara. Era Lucas.
– Perdona, es que esto de crecer lleva un rato – dijo Clara.
– Al menos has llegado a tiempo – Draug observó a la bestia, que estaba recuperándose.
Clara no tardó en volver a lanzarse contra la bestia a la que acababa de golpear, a la vez que Lucas hacía de todo para mantenerse sobre el hombro de su amiga de quince metros, incluyendo agarrarse de su pelo. Y esta vez Clara le dio una patada al depredador, más movida por un tirón de Lucas que por realmente querer patear al lobo (ella pensaba en otro puñetazo).
El gran lobo se retorció y rodó hasta situarse lejos de ella. Mirando con rabia a la semigiganta, la bestia kensha se retiró. Por supuesto, esto no fue algo que ni Clara ni Draug tomaron a bien. Y sabían el porqué… Lucas, por su parte, no tenía ni idea.
Fëadraug entonces miró hacia donde estaba Yaiba, quien ya había acabado con el otro lobo. El samurai no parecía herido. De hecho, se le veía fresco.
– Increíble…
Yaiba guardó su katana y sacó la naginata del abdomen del animal muerto. Luego miró al trío con desdén.
– He luchado contra enemigos mayores y más voraces… Y también tengo que agradecéroslo a vosotros.
– ¿El qué? – Clara no sabía a qué se refería.
– Mi odio hacia vosotros, el odio que he ido acumulando durante estos dos años… es lo que alimenta mi fuerza. Y de alguna forma tenía que desahogarme.
– Err… ¿de nada?
– No tenemos tiempo para tonterías – les interrumpió Draug -. Hay más. Están esperando el momento de atacar… y me temo que…
– Lo sé. Ya vienen – terminó Yaiba la frase, preparando su naginata una vez más.
Las bestias habían fracasado en conducir a aquel grupo hasta las fauces del resto de la jauría, pero eso ya no importaba. Si aquellos extranjeros eran sorprendidos por un ataque mayor, pronto caerían.
Primero fueron dos más, atacando con rabia ciega tras haber presenciado lo que las dos primeras bestias kensha habían sufrido. Clara rápidamente los repelió, cargando contra ellos, mientras Lucas hacía de nuevo malabarismos para no caerse del hombro de la semigiganta. Draug se colocó justo detrás de Yaiba, quien ya había visto otros dos enormes lobos corriendo hacia ellos.
– Elfo, ve preparando algo… y que no sean más saltos de rana.
Fëadraug no respondió a la burla del samurai y comenzó a concentrarse. Esperaba que la distracción que Clara estaba creando y a la que Yaiba podría contribuir fuesen suficientes para que el elfo pudiera emplearse a fondo.
Yaiba se lanzó hacia una de las bestias, hiriéndola con su naginata, al tiempo que se volvía para atacar al otro gran depredador. Ambas bestias no se sentían intimidadas, a pesar de las primeras heridas. Después de todo, eran mucho más grandes que su presa y confiaban en acabar con esto rápido.
Lo que no sabían es que Yaiba no se iba a dejar vencer tan fácilmente. Y tampoco estaban prestando atención al elfo y lo que planeaba hacer…
El tiempo que necesitaba había pasado. Draug abrió los ojos, viendo claramente dónde se encontraban las cuatro bestias kensha. Rápidamente se agachó, poniendo sus manos sobre el suelo, notando la hierba bajo sus dedos. Cerró de nuevo los ojos y sus manos se apoyaron con fuerza sobre la tierra.
Unas débiles palabras en élfico salieron de sus labios, pero nadie excepto él mismo pudo escucharlas. Al tiempo que terminó de recitar, la tierra comenzó a moverse.
– ¡Acercaos a mí! – les gritó a los demás, algo que Clara y Yaiba hicieron de inmediato, si bien el samurai se mostró algo reticente a dejar a las bestias.
Draug abrió los ojos y se dio cuenta de que el samurai tenía la naginata en su mano izquierda, mientras la derecha estaba sobre el hombro izquierdo, cubierto en sangre. A pesar de ello, no tenían tiempo para mirar su herida y supuso que el samurai ya parecía saber que luchar contra dos o cuatro lobos gigantes no era lo mismo que hacerlo contra uno solo.
Los cuatro enormes lobos, confundidos ante esta reacción y el temblo de tierra, volvieron al ataque, centrándose únicamente en sus presas… sólo para encontrarse de frente con unas enormes agujas rocosas que acababan de alzarse del suelo. Una de ellas salió tan repentinamente que alcanzó a una de las bestias, alzándola varios metros en el aire debido al impacto y cayendo con un ruido sordo.
La bestia quedó malherida y se levantó a duras penas, pero los otros tres lobos empezaron a embestir la barrera rocosa que Fëadraug había conseguido levantar alrededor de los cuatro extraños.
– ¿Cuánto crees que durará? – le preguntó Clara, dejando a Lucas en el suelo -. Dime que aguantará lo suficiente para que nos tomemos un respiro.
Draug no dijo nada, parecía estar de nuevo concentrándose. Sus manos se movían lentamente de un lado hacia otro. Su concentración no fue quebrada ni cuando una de las bestias derribó parte de la muralla de rocas puntiagudas.
Al tiempo que trataba de meterse en el círculo, la bestia observó cómo una llamarada se dirigía hacia ella, alcanzándola sin remedio. El olor a pelo y piel quemados era demasiado intenso y la bestia, retorciéndose de dolor, se fue corriendo, lejos del grupo.
Clara miró con asombro a Fëadraug.
– Una bola de fuego… – murmuró la semigiganta -. Pero yo creía que los druidas elfos no usabais ese tipo de hechizos. ¡Me lo dijiste mientras jugábamos a las Magic!
– Yo sí – respondió Draug -. No te creas que me siento orgulloso de haberlo usado, pero no nos han dejado otra elección.
– Y ahora… se seguirán colando más de… esos bichos – les advirtió Yaiba, mirando a la abertura en la muralla rocosa. A Fëadraug no le gustaba que la voz de Yaiba sonara un poco entrecortada, como si le fallaran las fuerzas. ¿Era a causa de la herida?
A pesar de que había una zona por la que podían acceder, las bestias kensha, incluyendo la malherida, continuaron golpeando las agujas de piedra con gran estruendo. Sabían que por aquel hueco no podían acceder sin ser atacadas, así que la solución estaba en tratar de derribar la barrera rocosa sobre sus víctimas para acabar con el grupo de una vez por todas. Ya recogerían los restos después.
– Si no fueran tantos podría deshacerme de ellos… – lamentó Clara, que sobresalía un poco por detrás de la muralla -. ¿Y ahora qué?
Fëadraug miró hacia arriba y suspiró. Ésa era una buena pregunta, pero no tenía respuesta para ella…
… Sin embargo, alguien había respondido por ellos.
De repente, las embestidas dejaron de ser tan ruidosas, se habían convertido en casi una caricatura de sí mismas, como pequeños golpes sobre una pared de hormigón. Clara se asomó por entre las agujas… y lo que vi era a la vez esperanzador y espeluznante.
Aquellas bestias que antes se alzaban seis metros sobre sus patas ahora no medían más que un retriever. Las bestias kensha ladraban y aullaban, mirando a la imponente figura de quince metros de alto que salía del círculo.
– ¡Qué monos! – exclamó Clara en un arrebato de ternura hasta que recordó que esos lobitos tan monos iban a zamparse al grupo – ¡Vamos a asustarles un poco!
Sólo bastó un pisotón para que se callaran. Dos de las bestias observaron la enorme bota azulada que había descendido violentamente a pocos centímetros de ellas. Las otras dos bestias, también extrañamente encogidas, se acercaron, pero un nuevo pisotón hizo que el cuarteto de lobos diera más pasos hacia atrás. Al tercer pisotón, las bestias kensha, confusas, se retiraron, heridas tanto en sus cuerpos como en su orgullo.
Fëadraug, Yaiba y Lucas habían presenciado aquella retirada, extrañados principalmente ante la reducción de tamaño de aquellos monstruosos lobos.
– ¿Pero… cómo…? – Yaiba comenzó a acercarse con dificultades a donde antes había estado la manada -. Esos monstruos… no son más que perros… asustados ahora… ¿cómo ha sido eso… posible?
Pero poco tiempo tenían para preocuparse de eso. Clara vio la pequeña figura humana con alas volar cerca del grupo, al tiempo que, siguiéndola con la mirada, observó que había una bestia kensha más, ésta de tamaño real. Clara reconoció rápidamente a esta bestia como la que huyó en el primer ataque de los lobos.
La figura alada se detuvo en seco, en el aire. Sus cuatro alas de un azul semitransparente se movían rápidamente, mientras la joven de piel morena, pelo marrón rojizo y grandes ojos dorados, vestida solamente con unas hojas que hacían de bikini, alzaba sus manos y luego apuntaba con ellas a la bestia kensha.
El lobo saltó y trató de llevarse por delante a la joven. El golpe que le dio podría haber sido peor si no llegaba a ser por el afortunado puñetazo que Clara le propinó. La bestia se golpeó con lo que quedaba de la muralla de rocas y luego rodó hasta el suelo. Mientras el gran lobo trataba de levantarse, los cuatro observaron que el tamaño del animal estaba cambiando, reduciéndose su tamaño un poco antes de que la bestia quedara inconsciente.
– Esa figura… – murmuró Fëadraug, tratando de ver dónde estaba.
No fue difícil encontrar a la osada jovencita con alas, pues tras el golpe se había quedado entre las ramas de un árbol cercano. Clara llegó hasta ella y la bajó lentamente hasta el resto del grupo. Una vez hecho esto y comprobando que no había más peligro, la semigiganta recuperó su tamaño humano.
– En nombre de… Fu Leng… ¿qué es esto? – Yaiba parecía desconcertado al mirar a la joven, que parecía haber perdido el conocimiento.
– Un hada – respondió rápidamente Draug -. O al menos eso parece… Aunque yo las he visto mucho más pequeñas…
– ¿Hay hadas en Daron, Draug? – preguntó Lucas.
– Casi han desaparecido. Una vez, cuando era más joven, vi un hada. Y comparada con ella, ésta – dijo refiriéndose a la joven que estaba con ellos – sería una giganta al lado de cualquier hada daroniana.
Pero había algo que desconcertaba, al menos, a Fëadraug: ¿tenía esta hada algo que ver con el repentino cambio de tamaño de aquellos lobos?
– ¡Eh, ya despierta! – gritó Lucas.
Eso fue lo primero que oyó Kyria al volver en sí. Reconoció el idioma. Según lo que sabía, lo llamaban español.
El hada sacudió la cabeza y abrió los ojos. Allí estaban los cuatro: el elfo, el hombre de aura maligna, la muchacha pelirroja (aunque ahora medía igual que un humano) y el chico enclenque. Y la miraban con interés mientras se incorporaba.
La hoja de la naginata de obsidiana se colocó cerca de la garganta de Kyria, a pesar de que Yaiba no estuviera en plenas condiciones, pero alguien la apartó rápidamente.
– ¡Mucho cuidado, pirao! – advirtió Clara a Yaiba -. Tal vez tengamos que agradecerle a esta chica que estemos aún con vida.
– Entonces tú también crees -, empezó a decir Draug mientras miraba al hada -, que ella fue la que hizo encoger a esos lobos.
Kyria miró a Fëadraug y asintió, confirmando las sospechas del elfo y la semigiganta.
– ¿Una magia… capaz de reducir… el tamaño de algo? – Yaiba negó con la cabeza -. Este mundo… está loco…
– Yo de ti vigilaría tus palabras delante de ella, Yaiba – le dijo Draug, y añadió como broma -: a menos que quieras acabar con el tamaño de un muñeco Ken.
– ¿Y tú crees que así le cabría en el gaznate a esta hada? – preguntó Clara, continuando con la broma y tratando de no reír.
Kyria sonrió ante el comentario de Fëadraug. El comentario de Yaiba le había ofendido, aunque fue sorprendente ver la reacción del elfo y la de la semigiganta. Aunque, a decir verdad, le preocupaba que ya supieran de su poder o que incluso Clara bromeara con su condición de depredadora. Porque esa broma no la habría hecho si no supiera cómo son las hadas del Bosque de los Susurros.
¿Debía acabar con esto rápido? Era lo mejor, pensó entonces. Ya llevaría a Seelvee su parte… pero por ahora, había que actuar.
Pero algo no iba bien. Kyria no sabía qué era exactamente. Tal vez se había agotado demasiado usando su magia con las bestias kensha. Alterar el tamaño de aquellos monstruos era una tarea titánica, y más tantos a la vez. Pero, sin embargo, no sentía fatiga en su cuerpo. Era algo distinto, sabía que había un fallo, pero no lograba determinar qué era.
Sólo cuando Lucas advirtió qué había pasado, el rostro de Kyria se llenó de terror.
– Tiene dos alas torcidas – comentó el universitario enclenque -. Y de muy mala manera.
Fëadraug examinó las alas de Kyria y, efectivamente, comprobó hasta qué punto estaban dañadas. Luego miró a Kyria a los ojos.
– No sé si me entiendes -, decía Fëadraug, a lo cual Kyria asintió -. Oh, vaya… ejem… bueno, escucha… Voy a tratar de usar mi magia para curar tus alas, pero tendrás que prometernos que no nos harás ningún daño. Y seguro que sabes a qué me refiero.
Kyria sabía perfectamente a qué se refería Draug. Y a decir verdad era algo que le molestaba, pero ella trataba de no exteriorizarlo. Tenía que elegir: ¿esperar a que el efecto natural de Felarya curara sus alas y entonces tener su festín o que el elfo usara su magia y tuviera que dejarlos ir? A ella no le gustaba dejar escapar a una presa… pero tampoco le hacía gracia la idea de esperar a que sus alas se curaran. Podía llevar unas horas, pero también días.
Aunque la verdad es que Draug no le había dado ninguna elección, sino que pensaba hacerlo de todas maneras. Fue acercando lentamente sus manos hacia las alas dañadas, pero de pronto un destello celeste hizo que retrocediese.
– ¿Te repele? – preguntó Clara -. ¿Y eso por qué?
– Sus alas… – el elfo las miró de nuevo -. Al parecer su magia reside en sus alas, y ésta no me deja actuar. Es curioso… tal vez sea un efecto de la misma magia o el hecho de que estén torcidas dos alas lo que hace que no fluya bien la magia – Draug no sabía que ambas razones para la repulsión eran correctas.
– Pues espero… que pueda… actuar conmigo – la voz de Yaiba sonaba aún más entrecortada -. Esos lobos… había algo… en ellos…
Yaiba hincó la rodilla en el suelo, sintiendo que había algo recorriendo sus venas. Sentía sus músculos entumecidos y apenas sí podía moverse. Fëadraug, lamentándose no haber examinado la herida antes a pesar de su repulsión hacia el samurai, se acercó rápidamente a él, observando su hombro izquierdo. Puso su mano cerca de la herida, evitando la sangre manchada por las Tierras Sombrías, y cerró los ojos.
– Veneno… lo noto, es un paralizante… – a medida que sabía más sobre el veneno, Fëadraug lo iba diciendo -. Por fortuna, no es letal.
– Tienes… un hechizo… para detectar… venenos… – Yaiba seguía hablando con dificultad -. ¿Y para… eliminarlos?
– El veneno no tardará en perder su efecto. Lo que me preocupa realmente es la herida en sí – se quedó observándola unos segundos -. Parece profunda.
– Las he… tenido… peores – Yaiba dejó un poco más de su torso al descubierto, dejando ver las cicatrices que onis, trasgos y exploradores Hiruma habían dejado en su cuerpo -. Muchísimo peores.
– Mi magia curativa debería ser más que suficiente. Sin embargo, necesitaré un lugar seguro para hacerlo.
Y aquí fue donde los cuatro miraron a Kyria. El hada estaba un poco intimidada (o tal vez sorprendida) al ver los ocho ojos clavados en ella. Los miró con cara de “¿y a mí qué me contáis?”, pero era evidente lo que necesitaban.
– ¿Sabes de algún sitio donde podamos tratar su herida? – preguntó Draug.
Kyria se cruzó de brazos y miró hacia el cielo, dándoles a entender que estaba pensando. Ellos creían que estaba pensando dónde podía llevarlos para que estuvieran seguros, pero en realidad Kyria estaba pensando en cómo no desprenderse de ellos y llevarlos hasta Seelvee. Al menos gracias a la dríada podría mantenerlos hasta que sus alas se curaran.
Entonces miró al grupo y alzó un dedo, indicándoles así que sabía a dónde llevarles.
– Gracias – dijo Fëadraug mientras ayudaba a Yaiba, todavía debilitado por el veneno -. Por cierto, no nos hemos presentado… Yo soy Fëadraug, y aquí el cascarrabias es Yaiba.
– ¡Púdrete, elfo!
– Yo soy Clara – se presentó ella sola – y el enclenque este es Lucas.
– ¡Tampoco soy tan enclenque!
Kyria asintió a todos y trató de dibujar algo con su dedo en el aire. En ese momento se acordó de que sin su magia tampoco podía escribir frases en el aire. Entonces ella señaló a sus labios, con intención de que los leyeran. Los movió lentamente para que se aseguraran de que no se confundía.
– ¿Kyria? – Clara se rascó la cabeza -. Un nombre un poco raro, aunque lo he visto un par de veces por Internet…
– Bueno… Kyria – Draug se acercó a ella -, ¿podrías enseñarnos ese lugar, por favor? Y siento que tengamos que pedirte este favor después de que nos hayas salvado.
Kyria se encogió de hombros y comenzó a caminar, ya que con dos alas lastimadas no podía alzar el vuelo. Por suerte, se conocía el camino tan bien a pie como volando.
– No debemos fiarnos mucho de ella – Clara dijo en un susurro a Fëadraug, Yaiba y Lucas -. Si lo que el viejo soviético dijo es cierto, esta hada podría zamparnos… bueno, más bien zamparos, porque lo que soy yo…
Ninguno de los tres hizo comentario alguno sobre el último añadido de Clara… por fortuna para ellos.
– Para eso tendría que usar su magia – remarcó Draug -. Y ya he dejado claro que sus alas permiten el flujo de ésta, e incluso me atrevo a decir que son la fuente de la misma. Con ellas lastimadas, no podrá usarla.
– ¿Estás seguro? – preguntó Lucas con decepción en su voz, decepción que fue cortada por una nueva colleja de Clara -. ¡Vale, vale! No puedo evitarlo. La chica es guapísima, aunque parece que no le gusta hablar…
– No es que no le guste, Lucas. Es obvio que esta tal Kyria es muda – intervino Draug.
– Oh, vale… Bueno, eso, es muy guapa y si puede reducir a la gente de tamaño…
– ¡Qué rápido te has olvidado de mí! – le reprendió Clara.
– ¿Celosa… monstruita? – murmuró Yaiba -. Creía que… no soportabas… su perversión.
– ¡Vete a la mierda! – le espetó la semigiganta.
Lucas pensó en eso durante unos momentos. ¿Realmente estaba celosa por el comentario que había hecho sobre Kyria?
En realidad Clara lo había dicho por otra razón: sabía de la macrofilia de Lucas, la conocía demasiado bien. La había sufrido en sus propias carnes. Y Kyria, si también la llegaba a conocer, podría aprovecharse de la debilidad del enclenque universitario. Y claro, la semigiganta no podía volver a casa diciendo que un hada se había comido a Lucas. La bronca que le caería sería enorme.
Por eso era mejor que siguiera fijándose en ella que en esa hada supuestamente antropófoga, aunque luego lo lamentara.
– Sólo espero que no se recupere pronto – les dijo Clara mientras miraba a donde estaba Kyria. El hada caminaba despreocupadamente, sin saber de qué hablaban -. Ni que nada más nos sorprenda.
Fue en ese momento cuando empezaron a escuchar los primeros susurros que daban nombre a este bosque.
– ¡Esto me pasa por bocazas! – maldijo Clara.